El Vergel, viaje al corazón del campo romano abulense
Desde los albores del siglo I d.C., la romanización fue transformando el territorio de Ávila (Abula), dotándolo de una nueva identidad agrícola y social. La ciudad, elevada al rango de municipio, se convirtió en un núcleo de organización y desarrollo, desde donde la tenacidad romana desplegó su ingenio para optimizar el paisaje rural. En este contexto, a tan solo 20 kilómetros de la urbe, nació la villa romana de El Vergel, un enclave que evolucionó de explotación agrícola a símbolo de opulencia campestre.



Hoy, sus muros erosionados por el tiempo y sus mosaicos deslumbrantes nos hablan de un pasado vibrante en el que la sabiduría romana convirtió un terreno agreste en un vergel fértil y próspero. La agricultura y el conocimiento técnico fueron las piezas clave en esta transformación, permitiendo que la vida rural romana se afianzara con una estructura propia de los palacios rurales.
El Vergel no fue solo una villa de producción, sino un microcosmos donde la comodidad y el refinamiento marcaron la cotidianidad de sus habitantes. La perfecta simbiosis entre pragmatismo y lujo convirtió este lugar en una excepcional muestra del esplendor romano en Hispania, alojando en sus dependencias el legado de una civilización que supo dominar la tierra y dotarla de un aprovechamiento perdurable.
En el corazón del pueblo de San Pedro del Arroyo (Ávila), los restos de la villa romana de El Vergel que han resistido el paso del tiempo, revelan el esplendor de un asentamiento que evolucionó de explotación agrícola a sofisticado palacio rural. Fundada en el siglo I d.C., esta villa permaneció activa hasta el siglo V d.C., reflejando la complejidad del poblamiento rural romano y el papel esencial de las villas en la administración y producción del territorio.
Ubicada en una terraza fluvial del río Espinarejo, la villa se organizaba alrededor del peristilo y la galería cubierta que lo rodeaba y articulaba el paso a las estancias domésticas. La galería y las estancias que a ella se abrían, pavimentadas con mosaicos de motivos geométricos y figurativos, han atesorado en sus diseños el poder económico y cultural, así como las creencias de sus antiguos dueños latifundistas. También se observan las termas o baños privados, cuyas salas narran un pasado que emana lujo y refinamiento al calor romano.
Más allá de sus muros, la zona productiva y de trabajo de la villa atestiguaba la intensa actividad agrícola y comercial que vivió la explotación agrícola. Entre sus testimonios más notables se encuentra la prensa de vino que sustentaba la producción vitivinícola y evidenciaba el carácter autosuficiente y próspero de la villa.
Su ubicación estratégica en el extremo septentrional de la provincia romana de Lusitania, a lo largo de la vía que conectaba Emerita Augusta (Mérida) con Caesaraugusta (Zaragoza), permitió que El Vergel se integrara en los circuitos económicos del Imperio, explotando los recursos agroganaderos de la meseta y participando activamente en el flujo de bienes y comercio de Roma.
Hoy, el yacimiento arqueológico de El Vergel, extendido sobre 40 hectáreas, nos recuerda que su historia no es la de un enclave aislado, sino la de un engranaje vital dentro del mapa territorial romano. Fue un crisol donde se entrelazaban producción, comercio y refinamiento, una pieza clave en el entramado cultural y económico de la Hispania imperial.
Escucha el gorgoteo del agua en el gran estanque del peristilo, el trajín de los esclavos afanándose entre cultivos, siente la calidez de las termas bajo los pies… Entramos en El Vergel, un sitio de A-Roma donde hay más que piedras: el fulgor que la vida misma alcanzó en la Roma hispana del campo abulense.
El salón principal, bienvenidos a El Vergel
Si bien se conocía la existencia de restos arqueológicos romanos en el lugar desde 1905, y desde los años 80 del siglo pasado se había confirmado la existencia de una villa, se desveló propiamente la magnitud del rico palacio campestre romano en 2005. Fue cuando, al excavar el terreno para la ampliación del cementerio local aledaño, se descubrieron algunos de los mosaicos que lo decoraban.
Poco a poco, a través de los vestigios que aportaron sucesivos trabajos de excavación, la villa romana fue recuperando su dimensión y parte de su apariencia espléndida, demostrando que se trataba más bien de un conjunto palaciego rural de 37 habitaciones.
Mostraba su riqueza a través de una arquitectura ordenada alrededor de un gran patio rectangular porticado con un enorme estanque o alberca en el centro. Recinto al aire libre hacia el que se abrían las diversas dependencias domésticas de la casa y al que se accedía desde el portal o zaguán orientado a levante.
En el lado norte de la villa, aprovechando la calidez de la luz procedente del sur para templar la frialdad de los días invernales, se situaban las habitaciones principales; cuyo acceso estaba organizado a través de un pasillo porticado con un suelo decorado con suntuosos mosaicos.
Daba paso al triclinio (triclinium) o salón principal, destinado a la celebración de banquetes con los invitados más ilustres. Toma su denominación de la palabra griega triklinion cuyo significado «tres lechos» responde a que estos sillones largos podían acomodar a tres personas cada uno. Sobre ellos se reclinaban los asistentes para facilitar el acto de comer así como permanecer conversando largamente.
El pavimento de este importante espacio para el encuentro social de la villa se decoraba con un mosaico que representa la escena mitológica de naturaleza y caza de Meleagro y que, afortunadamente, ha permanecido en el lugar para narrarnos su historia.
Mosaicos de fuerza, liderazgo y heroísmo
Los colores vivos de las teselas, hechas de piedra y cerámica, dan vida a los mosaicos que, aún hoy, se conservan en su lugar original. Estos maravillosos patrones, que adornan las distintas estancias de la villa, se despliegan como una danza de formas geométricas y diseños figurativos. Destaca especialmente la escena de las perdices, que adorna la antesala del triclinio, preludio a la impactante representación de la cacería de Meleagro y el imponente jabalí de Calidón, eje central del mosaico de la estancia principal.
Bordeado por una cenefa con motivos vegetales y animales, el mosaico cuenta la leyenda de una jornada de caza que representa el triunfo y el trágico final (a manos de su madre Altea) de este joven héroe griego.
La cacería del jabalí es un famoso episodio de la mitología griega protagonizado por Meleagro; un héroe griego, hijo del rey Eneo de Calidón. Cuando su padre olvidó hacer un sacrificio a la diosa Artemisa, esta se enfureció y envió un jabalí gigante para arrasar los campos del reino.
A la gran expedición de caza que se organizó para capturar a la fiera salvaje, acudieron héroes famosos como Atalanta (una cazadora veloz y hábil) y novia de Meleagro, los hijos de Zeus (los gemelos Dióscuros) y Teseo, fundador y protector de Atenas y uno de los héroes más importantes de la mitología griega.
Fue Atalanta la primera en dar alcance al animal salvaje, si bien Meleagro fue quien finalmente le dio muerte. Como reconocimiento a su destreza, Meleagro ofreció a Atalanta la cabeza y la piel del animal. Acto que consideraron indigno los tíos de Meleagro (hermanos de su madre) y que provocó la ira de Meleagro quien los mató. Su madre, furiosa por la pérdida trágica de sus hermanos, arrojó al fuego un tizón de leña del que dependía la vida de Meleagro, y que cuando se consumió provocó la muerte de su joven hijo.
Una escena épica de orgullo y violencia con consecuencias trágicas con la que los propietarios de El Vergel, al exhibirla ante sus invitados, mostraban la fuerza, el liderazgo y el heroísmo como valores con los que se alineaba el sistema social en que vivían; en ese momento descentralizado de las grandes ciudades romanas y extendido hacia el campo. Era donde las familias adineradas vivían con comodidades urbanas, rodeadas de arte y símbolos culturales de estatus como hicieron los habitantes de El Vergel.
Lujo de agua y bienestar en El Vergel
Para la aristocracia hispanorromana que habitó la villa de El Vergel, el baño no era solo una cuestión de higiene, sino un ritual de bienestar y distinción social. El complejo termal, ubicado en la zona oeste de la villa, reflejaba la sofisticación de sus propietarios y su apego a las costumbres romanas que convertían el agua en un símbolo de estatus y placer.
El recorrido por el baño comenzaba en la sala donde los bañistas dejaban sus ropas antes de acceder a la palestra, el espacio destinado a ejercicios físicos que garantizaban tanto salud como preparación para la inmersión. Desde allí, podían refrescarse en la piscina de agua fría que ayudaba a revitalizar el cuerpo antes de avanzar a los baños templados y calientes.
Dichas salas representaban el núcleo del lujo termal, ambas climatizadas mediante el sistema de calefacción subterráneo romano. El aire caliente generado en el horno fluía bajo los suelos, elevando la temperatura de las salas y las piscinas hasta crear un ambiente ideal para la relajación. Este ingenioso método no solo brindaba confort, sino que evidenciaba el dominio romano para la creación de espacios funcionales y placenteros.
En El Vergel, las termas no eran solo un capricho opulento, sino una manifestación del refinamiento cotidiano de la élite hispanorromana. Más que un espacio de aseo, estos baños eran lugares de encuentro, conversación y, sobre todo, una muestra del esplendor que caracterizaba la vida rural de quienes disfrutaban de sus beneficios. Hoy, estos restos arqueológicos nos permiten imaginar la vibrante vida de una villa que, entre vapores y mármoles, convirtió el agua en un emblema de su grandeza.
Vestigios de opulencia y tradición de El Vergel
Bajo los cimientos y el entorno de la iglesia de San Pedro del Arroyo, el tiempo ha dejado huellas que hablan de un pasado próspero y de una vida cotidiana marcada por el refinamiento romano. Los restos arqueológicos encontrados: ladrillos romanos de adobe o cerámica, tejas de terracota planas y cerámicas de mesa, cocina y almacenamiento, evidencian la riqueza de sus antiguos habitantes. De especial relevancia son las piezas cerámicas de terra sigillata, cuya manufactura y comercio enlazan este enclave con regiones tan distantes como el norte de África; una muestra del dinamismo económico y el refinamiento de los hispanorromanos que aquí vivieron.
Pero si hay un elemento que realmente nos transporta al latido agrícola y comercial de la comunidad, es la prensa de vino. Este espacio, destinado a la producción de vino, era el núcleo de un proceso fundamental en la vida rural romana. Aquí, la uva era prensada mediante una prensa de viga o tornillo, mientras un sistema de canales y piletas recogía el mosto, que luego era trasladado a las bodegas para su fermentación y almacenamiento. El vino no solo representaba un alimento y una bebida esencial, sino también un producto de valor económico y cultural, cuya producción seguía técnicas meticulosas transmitidas a lo largo de generaciones.
Estos descubrimientos nos permiten vislumbrar la intersección entre opulencia y labor, entre lujo y esfuerzo. La presencia de cerámicas finas junto a los restos de una infraestructura vitivinícola revela una sociedad que sabía conjugar la sofisticación con la producción, el placer con la necesidad. San Pedro del Arroyo y su yacimiento arqueológico no solo nos ofrece un vistazo a la vida cotidiana de la Hispania romana, sino también a su profunda conexión con una tradición que aún hoy persiste en la cultura mediterránea.
Necrópolis tardorromana de la villa El Vergel, un fragmento desenterrado de la historia
Cuando la modernidad se cruza con los vestigios del pasado, surgen revelaciones inesperadas. La construcción de la autovía A-50, en su tránsito entre Ávila y Salamanca, destapó un capítulo enterrado de la historia: una necrópolis tardorromana que, por siglos, descansó ajena al bullicio del presente. A tan solo 500 metros del límite septentrional de la villa romana de El Vergel, once enterramientos aguardaban silenciosos el momento de su descubrimiento.
El análisis de los restos ha permitido arrojar luz sobre las costumbres funerarias y la estructura social de los habitantes de esta villa entre los siglos III y IV d.C. Los cuerpos, de notable altura, fueron depositados en ataúdes de madera reforzados con clavos y cantoneras metálicas, siguiendo la orientación oeste-este, una disposición que revela el simbolismo en los ritos funerarios.
La vestimenta y el calzado de los difuntos han dejado su huella en las tachuelas de sandalias halladas en la tumba, mientras que los ajuares funerarios (ollas, cuencos de barro, conchas perforadas, monedas, jarras y vasos de vidrio) cuentan una historia de tradición y creencias sobre el paso a la otra vida. De particular interés resulta el hallazgo de tijeras junto a algunos cuerpos, un indicio claro de su pertenencia al gremio artesanal, un grupo social muy valorado por sus servicios dentro de la comunidad rural romana.
El desarrollo muscular pronunciado en los varones sugiere que muchos de ellos se dedicaban a labores agrícolas o militares, dando forma al perfil físico de la época. Pero el hallazgo más inquietante fue el de una inhumación con la cabeza separada del cuerpo, posible evidencia de una ejecución por decapitación con espada, un método de justicia empleado en la Roma tardía.
Sin embargo, más allá de la individualidad de cada tumba, surge una pregunta más trascendental: ¿qué llevó a la temprana muerte de tantos individuos? La hipótesis más plausible apunta a una causa infecciosa, posiblemente agravada por los rigurosos inviernos y el prolongado aislamiento de la comunidad que motivaba la estación. Una enfermedad con fuerza suficiente para mermar a sus habitantes y convertir este enclave en un silencioso testigo de un drama colectivo.
La necrópolis de El Vergel nos recuerda que, bajo nuestros pies, la historia sigue viva, esperando ser redescubierta. Fragmentos de vidas olvidadas emergen para hablarnos de un tiempo lejano, donde la muerte también era parte del devenir de una sociedad que, sin saberlo, nos ha dejado su legado a través del polvo de los siglos.
Historia que se ha ido acumulando capa sobre capa hasta nuestros días. El yacimiento es un enclave singular que ha sido empleado en continuidad. Durante los siglos VI y VII, los hispanovisigodos convirtieron también en necrópolis parte del territorio ocupado por la villa. A su vez, sobre parte de su estructura arquitectónica, se instaló la iglesia medieval de Santiago Apóstol y, con posterioridad, se extendieron alrededor del templo y sobre la villa las tumbas antropomorfas y grandes sarcófagos de granito del nuevo cementerio altomedieval.
Espacio museístico de El Vergel, un puente entre historia y modernidad
El Vergel no solo es un yacimiento arqueológico de gran relevancia castellano y leonesa, sino también un espacio donde la innovación arquitectónica dialoga con el pasado. La Diputación de Ávila ha llevado a cabo un proyecto sostenible que permite a los visitantes recorrer la villa romana siguiendo el mismo flujo y disposición espacial que disfrutaron los antiguos habitantes de la época.
Las dependencias de la villa, algunas de ellas aún sepultadas bajo la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol y el cementerio, han sido complementadas con estructuras contemporáneas que no interfieren con su legado, sino que lo resaltan. La clave de este recorrido inmersivo es una pasarela que une los diferentes espacios, conduciendo al visitante desde el acceso original del pórtico hasta los lugares emblemáticos de la villa.
El paisaje abulense sigue desempeñando un papel protagonista en la experiencia de El Vergel. Aunque los elementos constructivos romanos no se encuentren completamente visibles, los dos pabellones modernos de hormigón han sido diseñados para evocar la esencia de la vida romana en la región, generando un ambiente que transporta al visitante al pasado sin perder la comodidad de la actualidad.
El pabellón de visitantes alberga parte del conjunto termal, preservando los mosaicos geométricos y la piscina exterior, mientras que el segundo pabellón protege el triclinio, el majestuoso salón principal de la villa. Destaca especialmente la prominente visión del mosaico del mito de Meleagro, que tal como fue concebido originalmente (para ser apreciado en detalle por los invitados romanos que se reunían en la estancia) hoy es contemplado por los visitantes de El Vergel.
La arquitectura moderna, lejos de ser una simple estructura funcional, se convierte en un recurso que envuelve a los visitantes en una atmósfera evocadora. La doble fachada de los pabellones, similar en espesor a la originaria de la villa, y la luz difusa que los atraviesa hacen posible que quienes recorren El Vergel sientan, al menos por un instante, que caminan dentro de una auténtica villa romana. Así, la historia y la contemporaneidad convergen para dar vida a un espacio donde el pasado sigue vibrando en el presente.
Sitios de interés próximos
Entrar en una ciudad amurallada siempre resulta evocador, tanto más si es con la imponencia con que adereza la de la ciudad de Ávila a su casco antiguo al que envuelve totalmente. A lo largo de sus 2515 metros de longitud, la muralla de Ávila es un auténtico icono urbanístico, con sus 87 torreones o cubos y 9 puertas principales de acceso, que la hacen sobresalir, abarcando 33 hectáreas urbanas, como uno de los mejores recintos amurallados medievales de Europa.
La muralla puede recorrerse por su perímetro exterior, aunque con tramos inacessibles por estar junto a recintos privados. No obstante, ofrece enclaves sorprendentes como el antiguo puente al que popularmente se le conoce como el puente romano, un antiguo palomar hoy convertido en acogedor albergue compostelano, las tenerías de San Segundo o área productiva medieval donde se curtían las pieles de animales. Este paseo también tiene aderezos religiosos como la hermosa ermita de San Segundo, junto al río Adaja, que alberga al patrono de la ciudad que fuera uno de los siete varones apostólicos a los que se les encomendó evangelizar la península Ibérica; santo al que acuden los vecinos en animada romería cada 2 de mayo.
No obstante, la muralla ofrece un paseo espectacular por el adarve (parte superior de la muralla) a lo largo de 1700 metros. Corresponden a su reestructuración como “muralla de la Repoblación”, la que reforzó el rey Alfonso VI para fortalecer la frontera castellana. No obstante, el origen de la muralla se remonta a tiempos romanos (siglo I d.C.), como han atestiguado los más recientes hallazgos arqueológicos sobre su trazado original que ha permanecido sustentando las modificaciones sucesivas. Es cuando fue trazada y cimentada sobre la roca y con las mismas dimensiones que mantiene en la actualidad.
El inicio del recorrido lo podemos hacer a nuestro gusto, pero sin duda uno de sus puntos imprescindibles se halla junto al ábside de la catedral o Cimorro, un singular símbolo urbano que enlaza religiosidad y finalidad defensiva. Aquí, en el conocido como Torreón 1, con vistas excepcionales de la catedral, comenzamos un paseo perimetral que ofrece una experiencia inolvidable porque nos sustentarán piedras milenarias, las de la sobresaliente muralla de 12 metros de altura y 3 metros de grosor, ofreciendo vistas panorámicas de la ciudad destacada en la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1985.
El itinerario por el adarve nos asoma abiertamente a la ciudad con todos sus encantos urbanísticos y nos acerca a rincones cargados de magia como el jardín de San Vicente, donde se contempla la reutilización de muchas piedras de origen romano; probablemente porque en sus inmediaciones se situaba la necrópolis romana. De la ocupación romana es también un magnífico testimonio el jardín de Prisciliano (situado entre los cubos 7 y 8) donde se han mantenido restos de viviendas romanas, hornos y estructuras defensivas que reforzaban la muralla.
Entrar en la ciudad por cualquiera de sus puertas se convierte en un viaje en el tiempo que se hace evocador al atravesar la Puerta del Alcázar (al este de la ciudad), junto a la que se han hallado algunos de los restos romanos que testimonian su origen romano, o por la Puerta de San Vicente, ya que ambas están escoltadas por imponentes torreones; esta última incluso guarda un verraco en piedra de origen vetón junto a su base.
El patrimonio civil (palacios renacentistas y jardines) y religioso de Ávila es impresionante, desde las iglesias románicas extramuros (San Pedro, San Vicente, San Andrés y San Segundo), a los edificios más notables (iglesias de San Nicolás, Santa María de la Cabeza y San Martín, junto a los conventos de la Encarnación, San José y el Real Monasterio de Santo Tomás con su estilo hispanoflamenco) levantados durante el siglo XVI, el periodo de mayor esplendor urbano. Caminar hacia el norte del casco urbano nos sitúa ante un conjunto excepción de recintos palaciegos (Sofraga, Águila, Bracamonte) junto al palacio de Juan de Henao: una reconfortante experiencia abierta al viajero por ser un parador de turismo.
Aparte de seguir las huellas de la abulense más universal, Santa Teresa de Jesús, por las calles de la ciudad, sus mercados (Grande y Chico) son cita obligada para tomar el pulso más popular y vibrante del quehacer urbano. Cuando pises el Mercado Chico (mejor en viernes, cuando celebra su mercado) estarás en la Plaza Mayor y a la vez recorriendo el espacio que ocupó el antiguo foro romano. En el trayecto entre ambos mercados verás coquetas calles empedradas, son las que integraron la antigua judería de Ávila, una de las más importantes de Castilla.
Es donde aún se ven trazas e inscripciones de sus antiguas viviendas hebreas y sinagogas como la de la plaza del Pocillo y la de Belforad hoy convertida en la capilla de las Nieves. Junto a la puerta Malaventura de la muralla podrás incluso ver el jardín del rabino sefardí Moshé de León, compilador del Libro del Esplendor (Sefer ha-Zohar) una de las obras fundamentales de la Cábala judía que destacó a la ciudad como un centro de espiritualidad judía medieval.
No podemos dejar la ciudad sin asomarnos al mirador de los Cuatro Postes, al que llegamos caminando desde la Puerta del Carmen o la Puerta del Adaja. El mirador con pequeño templete sustentado por columnas dóricas se halla después de atravesar el río. Junto a su cruz de humilladero tenemos una cita obligada cada atardecer que permanezcamos en la ciudad para contemplar su recinto amurallado iluminado naturalmente y luciendo todo su esplendor bimilenario.
Estando en la localidad de San Pedro del Arroyo nos situamos a 935 metros de altitud en plena meseta castellana e inmersos en el paisaje de encinares de la Sierra de Ávila: dehesas sobre un paisaje ondulado al que añaden belleza singular los conjuntos de bolos de granito o berrocales. Un paisaje que reúne un especial valor por sus hábitats importantes para las aves por lo que está declarada ZEPA (Zona de Especial protección para las Aves) de la Unión Europea.
San Pedro del Arroyo, con su encanto rural tradicional, es un excelente punto de partida para explorar la Cañada Real Leonesa Occidental. Un tramo fascinante de esta histórica vía pecuaria integrada en las antiguas rutas trashumantes de España. A su paso, combina un rico patrimonio natural y cultural, ofreciendo una experiencia única para los amantes de la naturaleza y el turismo rural.
Desde un punto de vista naturalístico, la cañada atraviesa el paisaje característico de la comarca de La Moraña, con sus vastas llanuras cerealistas y pequeños bosques de encinas y robles. Es un refugio para la biodiversidad, donde se pueden observar aves esteparias como la avutarda y el sisón. Además, la cañada actúa como un corredor ecológico, conectando diferentes ecosistemas y favoreciendo la movilidad de especies.
Las lagunas de El Oso, situadas a unos 12 km de El Vergel, son un paraíso ornitológico con una extensión de unas 20 hectáreas donde descansan numerosas especies de aves migratorias, entre las que destaca la población invernante de grulla.
A 36 kilómetros de El Vergel, se halla el yacimiento arqueológico conocido como la Pared de los Moros en el término municipal de Niharra (Ávila), de cuyo núcleo urbano se halla a un kilómetro. Es un BIC situado en las proximidades del río Adaja cuyos restos corresponden a una villa romana del Bajo Imperio. Así se han descubierto muros de hormigón romano (opus caementicium), que alcanzan en algunos sectores hasta casi dos metros de altura, y que parecen corresponder a habitaciones rectangulares, una de las cuales muestra pavimento de opus signinum que indicaría ser una dependencia vinculada al área productiva del dominio. Las sucesivas excavaciones del yacimiento han revelado que el lugar estuvo ocupado desde la Edad del Bronce, gracias a los silos hallados con material de relleno datados entre 1500-1200 a.C. Asimismo, en el lugar se ha hallado una necrópolis con tumbas bajo imperiales acompañadas de ajuar funerario compuesto de objetos de vidrio y cerámica.
Otro yacimiento, en este caso de origen celta, se halla a unos 20 kilómetros y es conocido como el Castro de las Cogotas. Situado en Cardeñosa (Ávila), es un poblado celta, situado sobre el cerro de las Cogotas y junto al río Adaja, junto al que se halla una necrópolis al norte del poblado con cientos de estelas de granito.
El yacimiento fortificado cuenta con un doble recinto amurallado y protegido por un campo de piedras hincadas; era el sistema más empleado en los castros prerromanos para evitar el avance de caballerías y atacantes gracias a una gran franja de grandes piedras con aristas colocadas de manera desordenada y sobresaliendo hasta 90 centímetros del suelo.
Las excavaciones realizadas en el yacimiento han identificado dos periodos de ocupación: uno que coincide con el Bronce Final y otro de época vetona que finaliza con el proceso de romanización.
Los paisajes infinitos de la meseta castellana se despliegan a medida que se avanza hacia el norte de la provincia de Ávila, la llanura por la que se extiende la comarca de La Moraña.
Para conocerla conviene comenzar en la capital comarcal, Arévalo, con su rico patrimonio histórico-artístico dejado por el paso de romanos, visigodos, árabes y cristianos. Más allá de su imponente muralla, el arco o puerta de Alcocer, el castillo de los Zúñiga y el puente de Medina sobre el río Arevalillo, merece un alto la porticada Plaza de la Villa donde se encuentra la iglesia de Santa María la Mayor.
El templo de arquitectura románica mudéjar, es una joya del siglo XIII con excepcionales pinturas murales románicas en su ábside presididas por un Pantocrátor. Al exterior la distingue una esbelta torre decorada con la exquisitez aplicada por los maestros artesanos mudéjares. Aún conserva la campana de queda, cuyo toque avisaba de la apertura y cierre de la muralla y otros eventos importantes de la villa como un incendio o un duelo.
A la Plaza de la Villa también abre sus puertas la iglesia de San Martín, un antiquísimo templo que aúna los estilos románico, mudéjar y renacentista. Lo más curioso en su exterior son dos colosales torres mudéjares que se conocen popularmente como las «torres gemelas».
La imponente traza de la iglesia de San Miguel, con detalles arquitectónicos mudéjares, esconde misterios de su origen como sinagoga judía. En el interior del templo, el retablo realizado por Marcos de Pinilla (maestro artífice del retablo mayor de la catedral de Ávila) en su estilo hispano-flamenco refleja un momento histórico y artístico único: la transición hacia el estilo renacentista.
Antes de abandonar Arévalo conviene asomarse al museo del Cereal. Ubicado en el Arco del Alcocer, el que fuera la antigua puerta de la muralla y donde se hallaba la cárcel. El museo muestra el estrecho vínculo comarcal con el cultivo cerealístico. A 1,5 kilómetros al sur de la localidad, se levanta la ermita de la Lugareja: una de las mejores muestras del románico mudéjar de la provincia. El templo que actualmente se conserva fue la cabecera de la iglesia del convento cisterciense de Santa María de Gómez Román.
Un personaje tan relevante como Isabel la Católica nos conduce hacia Madrigal de las Altas Torres, su lugar de nacimiento. Lo hizo en el antiguo palacio real de don Juan II, lugar de recreo ocasional empleado por su madre, Isabel de Portugal. En la actualidad es el monasterio de Nuestra Señora de Gracia y donde se han conservado varias dependencias palaciegas (sala de Cortes, claustro, capilla Real, salón de Embajadores y la alcoba de la Reina) convertidas en museo casa natal de Isabel la Católica. Al mismo tiempo se puede admirar el magnífico artesonado mudéjar que culmina la sala de Cortes; asimismo el monasterio conserva obras de arte destacadas de Juan de Juni y Alonso Cano entre otras notables piezas religiosas y reales como el retrato anónimo de los Reyes.
Las torres que dan nombre a la localidad de Madrigal de las Altas Torres siguen siendo uno de sus grandes tesoros arquitectónicos, aunque ya no se mantengan en pie el centenar de torres de su muralla. Visitas indispensables en el paseo urbano por su conjunto histórico artístico son la iglesia de San Nicolás de Bari, el convento de los Agustinos y el Real Hospital de la Purísima Concepción.
Hasta Fontiveros hay que llegar siguiendo el misticismo literario de San Juan de la Cruz, oriundo de este pueblo lleno de encanto. Los valores espirituales e históricos de este gran poeta del Siglo de Oro español se conservan en su casa natal. El arte barroco destaca la iglesia de San Cipriano que no esconde su origen románico en sus detalles arquitectónicos. La parada en la Plaza Mayor con su característica arquitectura tradicional se ve singularizada por el antiguo Rollo de ajusticiar que conserva.
En las inmediaciones del pueblo, la laguna Grande o de los Arenales es un destino familiar perfecto para deleitarse observando las aves que la frecuentan. La leyenda mantiene que San Juan de la Cruz cayó en sus aguas, durante la celebración de la feria de ganado en honor al patrón San Cipriano, y fue la Virgen quien apareció para salvarle.
Cómo llegar a El Vergel
Desde Madrid en vehículo privado hay que seguir la A-6 y desviarse por la AP-51/AV-20 hacia Ávila. Una vez en la ciudad, un trayecto de 25 minutos por la CL-505 permite situarse en San Pedro del Arroyo, requiriendo un tiempo total de 1,30 horas para recorrer los 120 kilómetros que los separan.
Desde la ciudad de Ávila es la carretera CL-505 hacia Peñalba de Ávila por la que en 20 minutos se recorren los 20 kilómetros que la separan del yacimiento. Si se parte de Salamanca se ha de tomar la autovía A-50 y, una vez en Ávila, hay que seguir la CL-505 para alcanzar El Vergel en aproximadamente 1,20 horas de tiempo, el que lleva recorrer los 120 kilómetros de distancia.
En transporte público desde Madrid se dispone de autobús ALSA (estación Méndez Alvaro) o tren regional (estaciones Príncipe Pío y Chamartín ) que tardan 1,30 horas en llegar a Ávila. Desde Ávila hay autobuses directos (empresa Jiménez Dorado) y con más frecuencia autobuses que tienen parada en la cercana población de Peñalba de Ávila.
El transporte público aconsejable desde Salamanca es el autobús (ALSA y Avanzabus), con duración del trayecto hasta Ávila de 1,15 horas.
Dónde y qué comer
Las inmensas llanuras cerealistas que tapizan el corazón de Castilla abren boca a una gastronomía tradicional capaz de saciar el apetito de un emperador romano.
El fuego lento de las brasas, ardiendo con la tradición de siglos, es el mejor aliado para disponer de unas carnes asadas de bocado tierno de lechazo, cochinillo de Ávila y el tostón asado de Arévalo. Así como de unos panes que salen de hornos de leña tan crujientes y apetecibles como en el mejor festín romano. Para hacerlo completo no faltan las carnes de caza (jabalí en adobo, perdiz estofada o la liebre guisada) con sus sabores intensos.
Bocados que merecen el mejor de los acompañamientos: los vinos de la tierra hechos a base pasión como las D.O. de Toro y de Ribera de Duero y con la singularidad de la montaña como los afrutados de la D.O.P. Cebreros.
Los amigos de la cuchara disponen de las legumbres locales como las humeantes judías del Barco, grandes y sedosas, cocidas con chorizo, morcillo y tocino para saborear la generosidad productiva de las tierras abulenses. Un plato que, como manda la receta, se hace ritual cuando son servidas en cazuela de barro.
El alma castellana se torna reconfortante al ingerir el pan duro convertido en sopa de ajo en forma de un caldo hecho oro a base de pimentón y el acompañamiento de los huevos escalfados.
Ofrendas a los dioses romanos parecen los dulces que alegran los postres de la mesa abulense. Surgidos de manos monacales como las yemas de Santa Teresa, melosas y doradas, los huesos de santo o los mantecados de La Adrada.
¿Te atreves a evocar los sabores romanos entre fogones castellanos? Deja que te llevemos [link interno] junto a hornos de leña que aún conservan el calor de siglos, donde cada plato es un tributo a la tierra y a las civilizaciones que en ella han habitado.
Dónde dormir
La memoria de otros tiempos se aviva cuando la luz dorada del atardecer de la meseta inunda las estancias de El Vergel. Es el momento de buscar el lujo y la grandeza que merece nuestro descanso. En agroturismos envueltos de estrellas y casas rurales con historia de labranza y lagares seculares; en hoteles con encanto medieval junto a la muralla de Ávila o en palacios señoriales. Hasta el silencio de un claustro gótico nos ofrecerá descanso cuando la noche caiga sobre El Vergel. [link interno]
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Nuestros sitios
Astorga romana
Asturica Augusta fue una de las grandes ciudades romanas del noroeste. Hoy conserva su foro, termas y murallas, testigos del esplendor que vivió bajo el Imperio.
El Vergel
Desde los albores del siglo I d.C., la romanización fue transformando el territorio de Ávila (Abula), dotándolo de una nueva identidad agrícola y social, desde donde la tenacidad romana desplegó su ingenio para optimizar el paisaje rural.
Las Médulas
Patrimonio de la Humanidad, este paisaje único fue moldeado por la minería romana en su búsueda de oro. Con sus formaciones de tierra roja, es un impresionante legado de la ingeniría romana.
León romano
Nacida como campamento de la Legio VII, León conserva murallas, termas y huellas romanas que narran su origen militar en la Hispania del Imperio.
Numancia
Durante veinte años, los numantinos enfrentaron con tácticas de guerrilla el avance de las legiones romanas, rechazando cada ataque con una firmeza que daría lugar a la expresión «resistencia numantina».
Petavonium
En el valle del Vidriales, el campamento romano de Petavonium fue clave para controlar el noroeste peninsular. Hoy, sus restos muestran la vida de una legión en la frontera del Imperio.
Pino del Oro
Enclavado junto al río Duero, este entorno conserva restos de una antigua explotación aurífera romana. Naturaleza y arqueología se unen en un paisaje marcado por la búsqueda del oro.
Santa Cruz
Oculta durante siglos bajo campos de cultivo, la villa romana de Santa Cruz salió a la luz en 1972 de manera fortuita, cuando una excavadora desveló parte de sus muros y mosaicos: primeros vestigios de su grandioso pasado.
Villa de Orpheus
Esta villa romana, ubicada en Palencia, destaca por su mosaico de ORfeo, una joya del arte romano. Un testimonio de lujo y simbolismo en la vida rural de la Hispania romana.