Pino del Oro, el secreto dorado de Roma en Zamora

Bajo el mandato de Augusto, el primer emperador de Roma, el Imperio ya extendía sus dominios hasta los confines de Hispania. La regularización económica que promovió hizo que la moneda de oro (áureo) se impusiera como la unidad monetaria de más valor, seguida del denario de plata. El oro, bajo control del Estado, se convertía en el auténtico impulsor de la romanización por el noroeste peninsular. Este metal precioso, codiciado para acuñar la moneda imperial, conllevó una transformación sin precedentes en los paisajes y las gentes de la región.

En la Hispania Citerior, con su capital administrativa en Asturica Augusta (la actual Astorga), el poder de Roma reorganizaba los territorios mientras prospectaba con especial interés el territorio por donde se extendía su control administrativo. En su área meridional, por donde se despliega la llanura en suave paisaje alomado de Pino del Oro, en Zamora, custodió y explotó (siglos I y II d.C.) un tesoro oculto entre encinas y canchales de granito, muy erosionados y de formas redondeadas, que se quiebra abruptamente en el sobrecogedor cañón de los Arribes del Duero.

En este rincón agreste, el rumor del agua y el susurro del viento entre la tupida vegetación de matorral evocan una actividad minera que, en el siglo I, marcó para siempre la fisonomía del entorno. Los romanos, herederos del conocimiento de los pueblos indígenas que ya, desde el siglo IV a.C., extraían el oro de la zona mediante el bateo en los arroyos, desplegaron aquí todo su conocimiento sobre el terreno.

El resultado fue un paisaje marcado por la mano del hombre; huella que aún hoy se percibe en más de un millar de cazoletas excavadas en el granito donde se molía el mineral. Esta estructura cuadrangular es la más repetida, visible y llamativa en el paisaje de Pino del Oro y la huella más exclusiva de aquella actividad minera que alimentó el esplendor imperial.

La llegada de Roma a estas tierras no solo trajo consigo el poder del Imperio, sino una nueva y audaz estrategia para desvelar los secretos del oro escondido entre el manto de granito. Los especialistas en minería romana al mando, siguiendo el rastro de los ríos y arroyos que serpentean por el paisaje, aprendieron a leer en sus aguas.

Al batear el lecho fluvial, encontraban el oro en estado libre que permanecía en el agua o yacimiento secundario. Allí donde su presencia era abundante conducía a explorar sus inmediaciones para encontrar el lugar desde donde la erosión había arrastrado el oro de los yacimientos primarios o ligados a la roca. En los canchales de granito era donde el oro aparecía asociado a vetas o filones de cuarzo emergidos del interior terrestre, con el oro nativo entre otras partículas. Allí, donde la naturaleza guardaba su tesoro más codiciado, Roma desplegó su ingenio y ambición.

El trabajo era arduo y meticuloso, y recaía en manos de los propios habitantes prerromanos de la región. Estos mineros locales, lejos de ser esclavos, operaban en las minas como parte de su tributo al Estado romano, integrando su esfuerzo estacional minero en la maquinaria imperial. Con destreza y herramientas sencillas (picos, palancas y cuñas), comenzaban arrancando y deshaciendo en guijarros más pequeños la roca en la superficie, allí donde se encontraba algún filón de cuarzo.

Para separar las partículas o pepitas, el material en bruto extraído con la mena (mineralización con el oro) y la ganga (material estéril) era machacado para quebrar la roca y, una vez convertido en guijarros, era lavado. Después, el material era tostado en piras de leña para hacer que el cuarzo se oxidara; pasaba a continuación a ser molido de nuevo con el fin de ser pulverizado hasta obtener una fina harina, tal como describió el sabio Plinio el Viejo en su obra Naturalis Historia. El toque final lo ponía el agua: el polvo resultante se lavaba en los cauces, y el oro, más pesado, quedaba atrapado en el fondo de las bateas, brillando como promesa de acierto.

Pero la huella de Roma no se limitó a la minería. El avance imperial transformó el entorno rural, introduciendo nuevos sistemas de explotación agrícola y ganadera que aprovecharon al máximo el potencial del territorio. La romanización no fue una colonización al uso: la sociedad hispanorromana surgió de la propia población local, cuyos líderes, lejos de ser forasteros, provenían de las antiguas élites prerromanas.

Así lo atestiguan las numerosas estelas funerarias que salpican la comarca, símbolos de una prosperidad nacida de la tierra y del oro. Sus inscripciones revelan nombres y creencias de los que vivieron esa época de Hispania.

Entre los siglos I y III d.C., el noroeste de Hispania se convirtió en uno de los grandes motores auríferos del Imperio, donde llegó a contar con más de 500 explotaciones, siendo Las Médulas [link interno] la principal mina. Los yacimientos como el de Pino del Oro alimentaron la acuñación del áureo: moneda que movió legiones, selló alianzas con otros pueblos y sustentó la vida imperial. Hoy, recorrer este paisaje es viajar al corazón de una historia fascinante, donde cada piedra y cada arroyo susurran relatos de ingenio y prosperidad.

Con A-Roma te llevamos a conocer las excepcionales estructuras mineras que componen el yacimiento de Pino del Oro para desvelar los secretos de un escenario donde la historia y la naturaleza se funden en un abrazo milenario. Uno de los más extraordinarios hallazgos de la minería antigua que puedes ver en Europa.

Pino del Oro, el mejor asentamiento minero de Zamora

Al oeste del núcleo urbano de Pino del Oro, el arroyo Fuentelarraya se desliza entre encinas y roquedos suavemente modelados, guardando en sus márgenes los silenciosos vestigios de la actividad minera romana. Fue aquí, en los siglos I y II de nuestra era, donde cuadrillas de mineros locales, herederos de saberes ancestrales, se afanaron en la extracción y tratamiento del oro, esculpiendo en el paisaje una huella que aún hoy nos invita a desvelar los misterios del pasado. Este enclave forma parte de un mosaico de 73 yacimientos distribuidos por el territorio zamorano, todos ellos testigos de la misma técnica extractiva que transformó la comarca bajo el influjo de Roma.

Hoy, un itinerario cuidadosamente señalizado permite recorrer e interpretar los tesoros patrimoniales del yacimiento de Pino del Oro. El trayecto se inicia en la peña Atalaya, un mirador privilegiado desde el que se contempla la amplitud de las fértiles tierras sustento de la población local donde desarrollaban sus labores agrícolas y ganaderas en alternancia con las tareas mineras. Desde este punto elevado, apreciamos la magnitud de la empresa minera romana y nos dejamos seducir por el diálogo entre naturaleza e historia que hace tan singular el paisaje ante nuestros ojos.

El segundo hito del itinerario por el yacimiento de Pino del Oro invita a detenerse junto al cauce del arroyo Fuentelarraya, donde el tiempo parece fluir tan lentamente como el agua entre las piedras. Ante nuestros ojos se alza un pontón de granito, una estructura sencilla en apariencia pero esencial para cruzar el arroyo, testimonio silencioso de la habilidad y el ingenio de quienes antaño habitaron estas tierras.

El arte de trabajar el granito se revela en cada rincón de este paisaje agropecuario. Las cercas, construidas con grandes lajas y piedras encajadas con destreza entre ellas, delimitan las cortinas y definen las mangas o parcelas de fértil terreno. Estas praderas comunales, situadas en las suaves vaguadas que mantienen la humedad donde el ganado encuentra pasto, son herederas de una tradición constructiva que hunde sus raíces en la antigüedad. Aquí, la mano del hombre ha dialogado durante siglos con la piedra, modelando el entorno y dejando una impronta histórica que aún hoy define la identidad rural de Pino del Oro y sigue viva tanto en el paisaje como en la memoria colectiva de la comarca.

El tercer punto del recorrido nos conduce hasta el paraje conocido como Los Monticos, donde se revela una de las cicatrices más elocuentes de la antigua explotación minera: una amplia fosa se abre en la tierra, testimonio directo de la intensa labor de excavación. La fosa, con marcas de las cortas mineras, permanece hoy protegida bajo una cubierta metálica a dos aguas.

La esforzada tarea minera de hacer cortas para extraer el material de los filones y la destreza de quienes la excavaron siglos atrás queda a la vista en este enclave del yacimiento. El pasado se hace visible en su tierra removida y en el vacío que aún parece guardar el eco rítmico de los antiguos mineros en plena faena extractiva. Detenerse aquí es asomarse a la profundidad de la historia.

La cuarta parada del itinerario nos sitúa ante un paraje envuelto de misterio: la sierpe. Así se conoce a un imponente afloramiento granítico entre la vegetación, que, en su base, muestra un conjunto de cazoletas talladas por manos expertas, destinadas al triturado del material extraído. Sobre estas cazoletas, la roca tallada a modo de visera protegía a los trabajadores del sol y las inclemencias del tiempo mientras realizaban sus tareas mineras.

Desde aquí queda muy próximo el siguiente punto (quinto) del itinerario. Volvemos junto a la orilla del arroyo donde se abre la trinchera de La Ribera: profunda incisión en la tierra donde los mineros extrajeron grandes cantidades de material con vetas de cuarzo o filones donde el oro se escondía.

El recorrido por el valle revela aún más secretos, siempre asociados a la roca granítica. Vuelve a emerger, en la siguiente parada tallada por la mano humana en el enigmático paraje conocido como la sepultura del Moro. La tradición popular ha dado tal nombre a este lugar porque evoca la silueta de antiguas tumbas excavadas en la roca. Nada más lejos de la realidad, estas fosas estrechas y profundas, marcadas por las huellas del pico, se corresponden con las cortas mineras que han perdurado en el terreno casi dos milenios después del cese de la actividad minera.

En el séptimo punto del recorrido, un afloramiento granítico revela una de las huellas más singulares del trabajo minero en Pino del Oro. Numerosas cazoletas, talladas con esmero en la roca, testimonian las labores de lavado y trituración del mineral. Junto a ellas se aprecia un canal esculpido en la piedra (posiblemente empleado como desagüe), así como agujeros redondeados y alineados junto a las cazoletas.

Estas hendiduras redondas, podrían haber sustentado la colocación de toldos o cobertizos improvisados, protegiendo a los mineros de la lluvia y el sol durante sus pesadas jornadas de trabajo. El paisaje, de este modo, se abre como un escenario donde la funcionalidad y la adaptación al entorno se combinan con la destreza manual de quienes lo habitaron.

El itinerario prosigue hasta el octavo punto autointerpretativo, donde un panel informativo invita al caminante a detenerse y mirar más allá del yacimiento. Señala la ubicación de la antigua zona de viviendas de los mineros, localizada en un altozano cercano conocido como El Picón. Este enclave elevado, con vistas a las mejores tierras de cultivo, elegido por su seguridad y su cercanía a las labores extractivas, acogía la vida cotidiana de quienes dedicaron sus días a arrancar el oro de las entrañas de la tierra.

El Picón, el yacimiento más importante de la zona, prosperó y registró momentos únicos durante su explotación. Lo confirman varias edificaciones, materiales cerámicos, monedas e incluso el hallazgo de fragmentos de un “pacto de hospitalidad” grabado en bronce. Este es un notable acuerdo establecido con los habitantes prerromanos de la zona. Se trata de un documento jurídico que el Senado de Roma firmó estableciendo la ayuda mutua con el nombramiento de uno de sus habitantes como ciudadano perpetuo de Roma, derecho que se prolongaba también a sus descendientes.

Contemplar este paisaje es más que imaginar la rutina de aquellos hombres y mujeres: sus viviendas, sus fuegos encendidos al anochecer, el quehacer diario de la comunidad alrededor de la mina, con sus rebaños y cultivos, es el eco de una historia que aún late entre las piedras cubiertas de musgo y líquenes.

Desde el itinerario principal del yacimiento, antes de llegar al punto uno, surge un indicador hacia la fuente de la peña La Carrozal. Está indicado como el punto nueve del itinerario y, la roca frente a la que nos sitúa, aparece ante nuestros ojos impregnada de leyenda. Su forma natural, similar a una serpiente o un dragón, alcanza una longitud de 16 metros. En la superficie fue tallada en algunos puntos para evidenciar más su aspecto con la forma y piel del reptil. Así el paraje evoca antiguos mitos y relatos transmitidos a lo largo de los siglos.

Nos transporta a la célebre leyenda de Jasón y los argonautas, quienes, en su búsqueda del vellocino de oro, debieron viajar al Cáucaso para enfrentarse a un temible dragón o serpiente que custodiaba el preciado tesoro: una piel de oro que era símbolo de autoridad y realeza. Del mismo modo, en Pino del Oro, la serpiente de granito parece guardar celosamente los secretos del mineral, recordándonos que, desde tiempos remotos, la búsqueda del oro ha estado envuelta en desafíos, talento y un halo de magia.

El conjunto arqueológico añade un cierto simbolismo a la extracción del oro, como si fuera una sacralización del espacio de producción minera mediante su conversión en una zona ritual. Fusión de historia y mito, donde la realidad de la minería romana se entrelaza con los ecos legendarios de las grandes gestas de la antigüedad.

El llago Los Bueyes y llago las Mozas es una última desviación del itinerario arqueológico que bien merece recorrer los 500 metros que la separan del itinerario principal pues nos sitúa ante un escenario monumental. Lejos de ser un simple apéndice del recorrido nos revela la corta más imponente de las explotaciones de Pino del Oro.

Aquí, una formidable pared de roca se despliega a lo largo de 100 metros y alcanza los 30 metros de anchura. Los cálculos estiman que en este lugar se removieron alrededor de 20.000 toneladas de roca. Un testimonio elocuente del empeño romano por el mineral de oro que transformó para siempre este rincón de Zamora. Un símbolo del esfuerzo humano ante la naturaleza, alterada en nombre del oro. Hoy, envuelto de silencio, el yacimiento nos invita a sentir la enorme capacidad técnica de su pasado minero.

Enclavada junto al cañón de los Arribes del Duero, la localidad de Villardiegua de la Ribera (a 10 kilómetros de Pino del Oro) custodia un yacimiento arqueológico excepcional por ser testigo de una ocupación ininterrumpida desde la Edad del Hierro hasta los últimos siglos del Imperio romano. 

El asentamiento, estratégicamente dispuesto en bancales escalonados para optimizar el cultivo del abrupto terreno, revela una adaptación milenaria al paisaje. Ya en la Edad del Hierro, sus habitantes levantaron una muralla de dos metros de altura, estructura defensiva que siguió en uso durante la etapa romana. Fue precisamente en este periodo imperial cuando se explotó intensivamente el oro del cercano arroyo de la Ribera, mientras los bancales circundantes seguían proporcionando sustento agrícola a la comunidad. 

El recorrido senderista por el yacimiento, accesible y de apenas 4,3 kilómetros, nos transporta a descubrir los vestigios de esta fascinante simbiosis entre minería y agricultura. La trinchera de extracción, donde antaño se seguían las vetas de cuarzo aurífero, las cazoletas talladas en la roca para la molienda del mineral, y los restos del poblamiento, nos hablan de un modo de vida que perduró siglos. 

Como colofón al itinerario, el mirador natural nos regala una panorámica espectacular del cañón del Duero, invitándonos a continuar la exploración por este territorio de los Arribes del Duero donde historia y naturaleza se funden en un abrazo de impresión.

Ubicada en el corazón de Fermoselle, en el antiguo convento de San Francisco, la Casa del Parque Natural de Arribes del Duero es el centro imprescindible para descubrir la riqueza ecológica de este espacio protegido y, a su vez, conocer el patrimonio histórico de la comarca. Entre sus atractivos, destaca especialmente su sección consagrada a las explotaciones auríferas romanas de Pino del Oro.

Mediante una cuidada museografía nos sumerge en la fascinante historia de la minería romana. Apoyada en paneles explicativos y reproducciones de herramientas y cazoletas, ilustra las técnicas empleadas por los antiguos mineros para extraer el oro de las vetas de cuarzo incrustadas en el granito.

El discurso expositivo se detiene en los aspectos técnicos, pero también reconstruye la vida cotidiana de aquellos trabajadores que, entre los siglos I y II d.C., transformaron el territorio en busca del preciado metal que sustentaba la economía imperial.

Además, la  Casa del Parque añade una visión global del yacimiento, situándose en el contexto más amplio de la red de explotaciones auríferas romanas del noroeste peninsular. Una oportunidad única para comprender la magnitud de unas labores mineras que removieron miles de toneladas de roca y dejaron una huella imborrable en el paisaje zamorano. 

Con su equilibrada combinación de naturaleza e historia, la Casa del Parque de Fermoselle es el punto de partida perfecto para explorar tanto los valores naturalísticos de los Arribes del Duero como el impresionante legado arqueológico que atesora esta tierra de frontera.

Abierta en temporada alta (julio, agosto y septiembre) martes, miércoles y jueves 10 -14 horas. Viernes, sábado y domingo 10 – 14 horas y 17 – 19 horas. En temporada media (abril, mayo, junio y octubre) jueves 10 – 14 horas y viernes, sábado y domingo 10 -14 horas y 17 – 19 horas. El resto del año abre viernes, sábado y domingo, festivos y puentes 10 – 14 horas y 16- 18 horas.

Tel. 980 614 021646 609 756.

E-mail: cp.arribes.fermoselle@patrimonionatural.org

Zamora

En Zamora, los amantes del románico tienen una oportunidad única de hacer un viaje por el extraordinario patrimonio de dicho arte a través de sus iglesias. La mejor manera de no perderse el encanto histórico y los detalles decorativos de cada una de ellas es seguir la milla románica. Nos lleva por el casco antiguo de la ciudad marcando un itinerario que comienza en la iglesia de Santiago del Burgo y concluye en la catedral. A su paso conecta la mayor parte de las iglesias románicas ubicadas en el primer recinto amurallado (siglo XI) y las más emblemáticas del segundo recinto defensivo (siglo XIII).

En el paseo urbano te sorprenderá la belleza del cimborrio de la catedral, su aire bizantino cubierto de escamas tiene el mejor observatorio desde el castillo de Zamora. Recorriendo esta fortaleza también disfrutamos de una magnífica panorámica del río y la extensa llanura de la comarca de la Tierra del Pan. Aunque el mirador más espectacular del Duero y sus puentes es el del Troncoso, en pleno casco histórico.

La foto urbana más colorista la conseguirás en la calle Balborraz que, con sus casas pintorescas y con balcones, conecta el casco histórico con el río. Una vez que llegues a la orilla del Duero descubrirás las aceñas, o imponentes molinos harineros, algunos de los cuales lucen restaurados y como espacio museístico. Ingenios que dejan prendido de la orilla del Duero y, a buen seguro, harán que cada día que se permanezca en la ciudad se dedique algo de tiempo a la ribera fluvial.

Si te apasiona la Semana Santa, en Zamora tienes un museo donde se exhiben los pasos procesionales que la han elevado a ser una celebración de Interés Turístico Internacional; fervor que se contagia al comprobar cómo los locales viven esas jornadas religiosas.

Otros de los imprescindibles de la capital provincial son: admirar la estatua al caudillo Viriato, capaz de enfrentarse a los cónsules romanos; hacer un alto en el parador de turismo, disfrutando al mismo tiempo de las vistas del casco histórico; quedarse prendado de las fachadas de edificios que integran la ruta modernista por la ciudad; y degustar las famosas tapas locales en el ambiente más popular: el que se extiende entre las calles Santa Clara y San Torcuato y en la calle Herreros, una experiencia gastronómica deliciosa a pie de calle y con bocados de tradición.

Parque Natural de los Arribes del Duero

El noroeste zamorano y los límites de la provincia con Portugal y Salamanca esconden paisajes agrestes, pueblos con encanto y rincones cargados de historia. Entre los sitios naturales imprescindibles se encuentra uno de los parajes más sobrecogedores y singulares de la península: el Parque Natural de los Arribes del Duero.

Sus espectaculares cortados, de más de 200 metros en algunos puntos, nos esperan apenas a 20 kilómetros de Pino del Oro. Las vistas más vertiginosas sobre el cañón de granito que el río Duero traza en frontera con Portugal, a lo largo de 100 kilómetros, tienen uno de sus mejores miradores en el del Fraile, situado con sus escarpes verticales en las inmediaciones de Fermoselle. Pero hay un montón más de miradores irresistibles: Picón de Felipe (ideal para admirar a las rapaces en vuelo), del Salto (en Saucelle, con su espectacular salto de agua) o el de Penedo Durão (en Portugal con el espectáculo de su panorámica transfronteriza).

No obstante, mientras permanezcas en los Arribes, no dejes de mirar al cielo porque un águila real o una cigüeña negra pueden alegrarte el día si eres aficionado a la ornitología. Recorres un parque natural con gran biodiversidad y es debido al encuentro del clima continental y mediterráneo que tiene lugar entre sus paredones.

Cuando te canses de estar suspendido mirando entre cielo y tierra, recorre los Arribes del Duero por sus sendas como el sendero de la Peña (Mámoles), una ruta amena junto al río jalonado de antiguos molinos. Los senderos entre encinas y jaras, las cascadas con su estruendo líquido y los atardeceres pintando sobre el granito convierten cada parada en un momento inolvidable.

Fermoselle

Antes de partir, Fermoselle, localidad con alma fronteriza, donde bien merece la pena recorrer sus calles empedradas, admirar sus casas solariegas y la población oculta que se abrirá bajo tus pies cuando descubras las bodegas subterráneas horadadas bajo las casas y viviendas. Y no te olvides de destinar tiempo y disfrute a la Casa del Parque que te guiará tras las huellas romanas.

Alcañices

Al llegar a Alcañices, verás la elegancia de la piedra de granito hecha arquitectura y su esencia medieval se pondrá en evidencia en la parte que aún permanece en pie de la muralla. Estamos en pleno corazón de la comarca de Aliste, de cuya rica cultura y tradiciones sabremos más visitando el museo Etnográfico. Si quieres admirar los cerezos en flor, la ruta del río Manzanas, si llegas a tiempo, promete un auténtico placer frente al delicado espectáculo natural de la floración primaveral.

Y si visitas la zona en verano, podrás descubrir uno de los mejores secretos zamoranos: la playa de Ricobayo. A un kilómetro de la localidad de Ricobayo del Alba, es un lugar para refrescarse al modo local que en nada tiene que envidiar a una playa costera.

Petavonium

Al sumergirnos nos bañamos en aguas cristalinas aportadas por el río Esla y sus afluentes. Uno de ellos, el Tera nos guía para conocer otros dos de los grandes yacimientos de la antigua Roma en la provincia de Zamora: el yacimiento de Petavonium [link interno] (a 85 kilómetros, en Rosinos de Vidriales) y la villa romana de Orpheus  [link interno] (a 74 kilómetros, en Camarzana de Tera).

Lo de Petavonium es amor a primera vista, si eres aficionado a conocer el ingenio militar con que Roma consolidó su presencia en Hispania. El yacimiento es un campamento militar con muralla y foso situado al noroeste de la provincia de Zamora, en el valle de Vidriales. Es donde se instaló la Legio X Gemina, una de las unidades militares más emblemáticas de Roma, para asegurar el dominio romano en el noroeste peninsular. Imagínate su importancia con los más de 5000 legionarios que acogió. Se encargaban de vigilar el tránsito comercial por la Vía de la Plata, pero también de garantizar el transporte seguro del oro de Las Médulas [link interno], desde Asturica Augusta (Astorga) hacia Bracara Augusta (Braga). ¡Una historia de película!

Orpheus

Junto a la misma vía de comunicación romana, entrar en la villa romana de Orpheus, en pleno núcleo urbano de Camarzana de Tera, es descubrir la suntuosidad con que vivió una familia aristocrática en época tardorromana. Así lo atestiguan sus sofisticados mosaicos como el del mito de Orfeo, músico y poeta de la tradición griega, capaz de amansar a las fieras con la música que surgía de su lira y cuya leyenda se perpetuó entre la élite rural romana. Esta villa es un magnífico ejemplo de la transformación rural que se vivió en las villas de la época tardorromana: su cambio de ser centros agrícolas y ganaderos a convertirse en lujosas residencias que ya no respondían a la necesidad del autoabastecimiento, sino que se erigían como símbolos de poder y jerarquización de Roma.

En vehículo propio desde Madrid (300 kilómetros y 3,15 horas) se ha de circular por la A-6 en dirección A Coruña hasta Tordesillas, donde se sigue por la A-11 (E-82) hasta Zamora, ciudad desde donde se continúa por la N-122 (E-82) hasta la desviación por la ZA-321 que llega hasta Pino del Oro.

Desde Zamora (80 kilómetros y 1,15 horas) se toma la carretera N-122 (E-82) hasta la desviación por la ZA-321 que llega hasta Pino del Oro.

Si se parte de Salamanca hay que seguir la carretera SA-300 hasta Ledesma, para seguir por la SA-311 y las carreteras ZA-311 y ZA-321 hasta llegar a Pino del Oro.

Desde Ourense (120 kilómetros y 1,40 horas) hay que seguir la A-52 hasta Alcañices y continuar por la N-122 hasta la desviación por la carretera ZA-321 hasta Pino del Oro.

En transporte público la ciudad de Zamora es el principal núcleo urbano de conexión con Pino del Oro. Desde Madrid los autobuses (ALSA) llegan en 2,30 horas a la ciudad. Después hay que tomar autobús regional hasta la localidad de Alcañices y a continuación un taxi para recorrer los 20 kilómetros que la separan de Pino del Oro.

Desde las ciudades gallegas de Ourense, Pontevedra y Vigo, los autobuses se pueden tomar hasta Zamora y después seguir el mismo recorrido anteriormente mencionado en autobús regional y taxi.

También existe la posibilidad de viajar en tren hasta Zamora desde Madrid (AVE y Alvia) y después hacer el mismo trayecto descrito. Desde Galicia la mejor opción en tren, desde Ourense y Vigo, es llegar hasta Puebla de Sanabria y desde allí tomar un taxi para recorrer los 50 kilómetros que la separan de Pino del Oro.

En Pino del Oro y sus alrededores estás en la comarca de Arribes del Duero, donde su mesa acoge una gastronomía que refleja la riqueza natural y la tradición de esta tierra fronteriza con Portugal. Desde templos de la cocina tradicional zamorana a las mesas más vanguardistas o aquellas que reinterpretan los platos tradicionales con creatividad y mimo, la oferta gastronómica zamorana siempre se adereza con autenticidad y sabor rural.

Entre los sabores únicos que no te puedes perder se incluyen: los embutidos artesanales, como chorizo y salchichón, que se elaboran según la tradición y destacan con el sabor más característico de la región. Les acompañan los quesos zamoranos con D.O. Están elaborados con leche de oveja de razas churra y castellana lo que les confiere una textura untuosa, aroma duradero y un sabor equilibrado. Un sabor que hace de los quesos zamoranos, un producto estrella para degustar sobre el terreno o para llevar de recuerdo; de hecho, es uno de los quesos más prestigiosos de España y cuenta con reconocimiento internacional.

En las jornadas más frías es recomendable reponer fuerzas con un arroz a la zamorana, un plato contundente y sabroso que hermana arroz con carnes como el chorizo, la panceta, la oreja y las manitas de cerdo y los acompaña de verduras. Las sopas de ajo, tan tradicionales en tierras castellanas, en Zamora se toman en la madrugada del Viernes Santo con el fin de reponer fuerzas durante las procesiones. También de esta festividad religiosa es el sabor intenso del bacalao a la tranca, elaborado con bacalao, pimentón, pimientos secos, ajo y huevos cocidos. Este pescado también es protagonista del potaje de vigilia que se elabora con espinacas y huevo duro.

Las setas y las legumbres desempeñan un papel fundamental en la gastronomía zamorana de alta calidad. Las setas cuentan con gran aprecio en la mesa local tanto por su valor culinario (gran sabor y textura) como por su arraigo en las recetas tradicionales, y están reconocidas en la marca “Setas de Castilla y León”. Entre las legumbres, con sus sabores delicados y textura suave, son las protagonistas de los platos de cuchara como guisos y potajes. Entre ellas destacan los garbanzos zamoranos de Fuentesaúco y la lenteja pardina cultivada en la comarca de Tierra de Campos.

En la mesa local hay sabores únicos como el farro zamorano. Guiso a modo de gachas o papilla de raigambre medieval elaborado con una variedad de trigo antiguo, conocido también como emmer, que destaca por su alto contenido en proteínas, fibra y minerales como calcio, zinc y magnesio. Su sabor, similar a la nuez, y su textura suave, hace de este cereal un ingrediente muy versátil que puede usarse en sopas, guisos y postres enriquecidos con leche de almendra y azúcar.

A la especialidad en la elaboración de carnes a la brasa, como la ternera de Aliste que cuenta con IGP, que encontrarás en muchos establecimientos, se suman los platos de caza. Se hacen hueco en la mesa con recetas contundentes como el jabalí estofado y la perdiz escabechada. A su lado no faltan los peces de río como la trucha que, en Zamora tiene aguas fluviales excelentes para criarse libre y deliciosa.

Bocados que merecen la pena ser saboreados con los vinos de la región, con D.O. Arribes, porque el territorio de Arribes del Duero es famoso por sus bodegas y viñedos. Otro de los sabores inconfundibles de esta tierra zamorana es el aceite de oliva de la comarca de Aliste que aporta personalidad propia a cada plato y bocado. 

Sentarse a la mesa zamorana es mucho más que compartir alimentos; es sumergirse en siglos de historia, tradición y pasión por la tierra. Cada plato es un homenaje a su paisaje, a sus gentes y su historia, normalmente ligada a su cultura ganadera y agrícola. Si quieres comprobar cómo la sencillez de los ingredientes se transforma en auténticas joyas culinarias, déjate llevar por nuestras sugerencias. [link interno]

Gozar de la tranquilidad de Pino del Oro y de su entorno natural de los Arribes del Duero es posible desde tranquilas casas rurales, coquetas y pensadas para disfrutar en pareja o alojándose en aquellas con todas las facilidades para que un grupo o familia disfrute plenamente de la estancia y las actividades en el entorno. Se suman los hoteles pequeños y familiares y los hostales siempre con la hospitalidad como tarjeta de visita extendida para el recién llegado.

En la ciudad de Zamora la variedad de alojamientos nos lleva desde edificios históricos como el parador de turismo y hoteles situado en edificios modernistas a los más cómodos e internacionales hoteles con todo tipo de servicios y confort viajero.

Dinos si prefieres el ritmo pausado de la vida rural y dejarte envolver por la autenticidad de los Arribes del Duero o si lo tuyo es disfrutar de una ciudad con el tamaño perfecto para desconectar entre la vitalidad urbana, te preparamos un recuerdo inolvidable  [link interno]  en el corazón de Castilla y Léon.

Si quieres descubrir los secretos que aún custodia el yacimiento arqueológico de Pino del Oro, prepárate para un viaje único al corazón de la Hispania romana. Aquí, donde el arroyo Fuentelarraya serpentea entre afloramientos graníticos y leyendas de serpientes guardianas, podrás explorar como un auténtico arqueólogo las huellas de la minería aurífera que impulsó el avance de Roma en estas tierras. Atrévete a vivir con A-Roma  [link interno]  la aventura arqueológica de Pino del Oro y a descubrir, en cada roca, la fascinante herencia de Roma en tierras zamoranas.

Atrévete a vivir con A-Roma la aventura arqueológica de Pino del Oro y a descubrir, en cada roca, la fascinante herencia de Roma en tierras zamoranas.

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