Santa Cruz, mosaicos de dioses y el lujo de una villa romana en la Ribera del Duero
La implacable marcha del tiempo no ha logrado borrar el esplendor que alcanzó la villa romana de Santa Cruz en Baños de Valdearados (Burgos). Oculta durante siglos bajo campos de cultivo, su existencia salió a la luz en 1972 de manera fortuita, cuando una excavadora, en plena labor de nivelación agrícola, desveló parte de sus muros y mosaicos: primeros vestigios de su grandioso pasado.



Las sucesivas campañas arqueológicas fueron desentrañando poco a poco una de las villas romanas más fastuosas de la provincia de Burgos. Situada a 500 metros, en la zona este del núcleo urbano de Baños de Valdearados, al lado de la vega del río Bañuelos, es una de las residencias rurales concebidas con fines agrícolas y ganaderos que proliferaron por la meseta norte hispana hasta el siglo V d.C., transformando con su magnificencia el paisaje de labor en un legado patrimonial de incalculable valor.
En el núcleo de la propiedad se erguía la imponente villa o residencia del dominus (señor) y su familia; era la denominada «pars urbana». Este espacio residencial , reflejo del lujo y refinamiento de la élite romana que vivía en el campo, estaba adornado con materiales de primera calidad y una decoración exquisita: suelos revestidos con mosaicos de sofisticado diseño, muros embellecidos con frescos de vibrantes tonalidades y esculturas que conferían solemnidad a los distintos ambientes, tanto interiores como exteriores.
Además, la villa incorporaba un avanzado sistema de calefacción subterránea (hypocaustum), que no solo brindaba confort térmico a sus estancias, sino que también mantenía la temperatura óptima en las piscinas y salas de las termas privadas, un verdadero símbolo de distinción en las grandes residencias rurales de la Hispania romana.
En los terrenos circundantes a la residencia señorial se desplegaba la «pars rustica», el complejo agropecuario que sustentaba económicamente la villa. Este sector, meticulosamente organizado, albergaba las instalaciones productivas esenciales para la autosuficiencia del dominio: viviendas de los esclavos en forma de modestas construcciones de mampostería, y edificios auxiliares como establos para el ganado y graneros para el almacenamiento de cereales.
También talleres para la producción de herramientas y bodega (cella vinaria) para la elaboración y conservación del vino. Los romanos ya aprovecharon estas fértiles tierras ribereñas del Duero para el cultivo de la viña.
Como mansión suburbana del conventus iuridicus (distrito administrativo que articulaba el noroeste de la provincia Tarraconense) de Clunia Sulpicia [link interno], la villa de Santa Cruz se beneficiaba de su posición estratégica junto a la calzada que conectaba Clunia con Caesaraugusta (Zaragoza) y Asturica Augusta (Astorga).
Esta vía, más que un simple camino, era una auténtica arteria comercial y cultural. Por ella circulaba el vino de sus viñedos y los cereales cultivados hacia los mercados de las grandes urbes romanas. Transportaba hasta la villa las cerámicas de uso doméstico, ánforas y también materiales como las finas teselas que compusieron sus espléndidos mosaicos (entre ellos el célebre de Baco), testimonio de la opulencia que alcanzó este asentamiento rural en su apogeo tardorromano (desde finales del siglo IV a finales del siglo V).
Incluso en los convulsos años del Bajo Imperio, esta vía de comunicación seguía llevando mercancías a la villa; pero también ideas nuevas, modas urbanas y noticias del mundo romano, manteniendo viva su conexión con Roma. Sus piedras hoy nos revelan la historia de una gran cultura cuando vivía tiempos de creciente ruralización; era donde las villas romanas se erigieron, a partir del siglo III, en centros de poder y civilización romana en el interior de la península.
Lujo secular en la villa romana de Santa Cruz
La villa romana de Santa Cruz revela, a través de sus excavaciones, un complejo residencial de refinada arquitectura y simbología. Ocho habitaciones organizadas en torno a cuatro pasillos y dos estancias de menor tamaño dibujan un entramado que exhala el esplendor de una élite impregnada de helenismo y sofisticación. En su extremo sureste, una serie de estructuras con pavimentos de opus signinum (una resistente mezcla de mortero de cal, arena y cerámica triturada) sugieren la presencia de baños, aljibes y cisternas, áreas fundamentales para la vida doméstica y el bienestar de sus habitantes.
Tres de sus habitaciones muestran suelos revestidos con exquisitos mosaicos, entre los que destaca el de temática figurativa dedicado al triunfo de Baco y su regreso de la India. En el triclinium, un salón principal en forma de T, la geometría ornamental alcanza su máxima expresión: un tapiz de teselas entrelaza complejos diseños geométricos alrededor de un gran círculo central rodeado por escudos, evocando el gusto por la armonía y el refinamiento estético de su tiempo.
Si bien los primeros indicios de existencia de la villa se remontan a los siglos I-II, los hallazgos arqueológicos confirman que su verdadero auge tuvo lugar en el Bajo Imperio (siglos IV y V).
Su arquitectura y materiales revelan la adaptación a nuevos cánones de opulencia, entre ellos el gran brasero de bronce, hoy expuesto en el museo de Burgos. Este elemento rectangular con remate superior dentado y sustentado sobre cuatro patas rematadas en garras felinas, representaba el método tradicional de calefacción previo al desarrollo del sistema de calentamiento subterráneo; método que aún hoy se contempla en las «glorias» que calientan algunas viviendas rurales castellanas.
La transformación de los espacios evidencia cambios en los usos sociales de la villa. Salones concebidos para el ocio evolucionaron hasta adquirir funciones ceremoniales, como el triclinium, mientras que el peristilo, un patio porticado hacia el que se abrían las estancias, reforzaba el sentido de exclusividad y representación de sus propietarios.
El esplendor de la villa, que alcanzó su cenit en el siglo V, probablemente se extendió mucho más allá de los umbrales del mundo romano. Así lo sugiere el hallazgo de una pequeña necrópolis medieval (siglos IX-X) en su área sureste; prueba que este enclave rural, símbolo de prestigio y poder, permaneció siendo usado, probablemente como un edificio religioso, durante siglos después de que la presencia imperial de Roma silenciara.
El paisaje fértil transformado alrededor de Santa Cruz
Con el fin de las guerras cántabras (29-19 a.C.), la romanización avanzó con firmeza por la meseta, consolidando un sistema administrativo apoyado en nuevas ciudades que funcionaban como centros comerciales y de gestión. Entre ellas, Clunia [link interno], sede del conventus cluniensis y capital política al norte de la meseta, se erigió como un punto clave desde donde se impulsó la expansión del modelo romano hacia el medio rural.
Las villas romanas, elementos fundamentales de esta transformación, representaban una nueva forma de explotación del territorio. Su desarrollo fue particularmente intenso en las zonas de aluvión de los valles, donde la fertilidad del suelo facilitaba el establecimiento de latifundios dedicados a la producción agrícola y ganadera.
El estudio arqueobotánico de la vasta extensión de terreno gestionado por la villa revela que lo que hoy parece un paisaje silvestre fue, en su día, un entorno profundamente humanizado. Campos de cultivo meticulosamente organizados, viñedos en las laderas de los cerros y pastos para el ganado estructuraban un territorio interconectado mediante una red de caminos secundarios. Estas rutas vinculaban la villa romana de Santa Cruz con las principales vías de comunicación y las cañadas ganaderas, integrándose en el dinamismo económico y social de Roma.
Así, la villa de Santa Cruz no fue solo una explotación rural, sino un auténtico microcosmos de la romanización al sur del Duero, reflejo del equilibrio entre la tradición agrícola y la estructura administrativa imperial.
El mosaico de Baco, tesoro de Santa Cruz
En el corazón del oecus (salón de recepción) de la villa, un mosaico majestuoso despliega una escena que nos transporta a los dominios de Baco, el dios del vino y la vendimia y patrón de la agricultura y el teatro. La obra, meticulosamente conservada, captura el cortejo báquico en un derroche de colores y formas, una celebración del placer, la embriaguez y los ciclos de la naturaleza.
En el centro del mosaico, Baco se muestra en toda su magnificencia, abrazando a Ampelos y tomando del brazo a Ariadna, la princesa cretense, su esposa y eterna compañera. La escena está habitada por figuras que parecen vibrar con vida: Sileno, el anciano regordete y siempre embriagado de cabello blanco y barba bífida, cuya sabiduría brota con el vino; el dios Pan, con su esencia salvaje y primitiva; y cuatro ménades, mujeres poseídas por el éxtasis de la bacanal o celebración en honor a Baco.
El esplendor de la obra no se limita a su iconografía. Con sus 66 metros cuadrados, el mosaico combina artísticamente las teselas elevando el salón a la categoría de espacio señorial. Rodeando la escena principal, una cenefa encierra la narración, mientras que bustos masculinos en las esquinas representan el ciclo eterno de las estaciones.
En los extremos aparecen imágenes de los vientos. En conjunto, evocan con su simbolismo las fuerzas invisibles que atraviesan el mundo; aunque algunas de estas piezas originales fueron lamentablemente arrancadas.
El arte aquí no es solo decorativo, sino una manifestación de poder, conocimiento y culto. El propietario de la villa, impregnado de la tradición helenística, celebraba el vino y la caza, y también honraba los ritmos naturales y agrarios que sustentaban su mundo. Un legado de esplendor y mitología, atrapado en piedra y color, que continúa fascinando a quienes hoy, como hace siglos, lo contemplan.
Los rostros de Santa Cruz
En la villa romana de Santa Cruz, un conjunto de pinturas murales con representaciones humanas figuradas aporta un valioso testimonio artístico y decorativo. Se trata de fragmentos pictóricos que, a modo de frescos, embellecieron las paredes de las estancias en el siglo IV, impregnando el espacio con escenas vibrantes y cromatismos propios de la tradición romana.
Estos frescos fueron hallados en un pozo cegado, una estructura clave en el abastecimiento hidráulico de la villa. Excavado hasta alcanzar el nivel geológico, el pozo estuvo activo hasta las reformas acometidas en el siglo V, cuando fue colmatado de manera intencionada para dar paso a la nueva configuración del espacio, incluyendo la colocación del mosaico geométrico en el salón en forma de T.
Su función primordial era la captación de aguas subterráneas, aprovechando el nivel freático. A través de un sistema de galerías interconectadas de manera radial, el agua se distribuía por las habitaciones y llegaba al depósito situado al sureste de la villa, garantizando el abastecimiento y la operatividad de la residencia. Un diseño ingenioso que refleja la sofisticación técnica y arquitectónica de la época.
Un valioso espacio museístico para proteger un tesoro de Roma
En el corazón de la Ribera del Duero burgalesa, la villa romana de Santa Cruz se ha conservado como un testimonio excepcional del esplendor que alcanzó la Hispania rural tardorromana. Su famoso mosaico de Baco, una obra maestra de la técnica milenaria, fue el detonante para que este yacimiento fuera objeto de una cuidada intervención arquitectónica contemporánea diseñada para proteger, conservar y divulgar sus restos sin alterar su esencia.
La villa romana de Santa Cruz cuenta con un diseño inteligente que respeta su esencia milenaria gracias a su musealización. Sigue un principio clave: la reversibilidad que hace que todas las estructuras modernas (construidas en seco con madera y acero corten) dialoguen con las ruinas sin alterarlas permanentemente, fundiéndose con el paisaje castellano como un susurro contemporáneo.
Tres pabellones articulan la visita. El primero recibe al visitante con información y despliegue de expectativas. El segundo muestra una reproducción serigráfica a gran escala que devuelve a la vida la decoración original de las paredes de la estancia de Baco. El tercero, y más espectacular, protege los mosaicos in situ bajo un ingenioso dosel de madera que tamiza la luz, creando una atmósfera casi sagrada para contemplar estos vestigios.
El recorrido, diseñado con sensibilidad, guía mediante pasarelas elevadas que permiten admirar los mosaicos en perspectiva cenital sin pisar el original. Un pavimento continuo garantiza accesibilidad universal. Aquí, cada decisión arquitectónica habla de respeto al pasado y compromiso con el futuro.
Al exterior, la estructura de acero corten luce como un elemento destacado al igual que si fuera una pieza escultórica que evoca simbólicamente la villa romana y señala el inicio de un viaje en el tiempo al lujo decorativo que Roma alcanzó en Hispania.
Sitios de interés próximos
Burgos
Llegar a la ciudad de Burgos, de la que nos separa una hora de viaje (84,5 kilómetros), es como abrir un libro de historias vivas porque la ciudad no se limita a contarte su pasado: te envuelve en ella con su catedral, una luminosa belleza gótica que destaca brillando contra el cielo por su blanquecina piedra extraída de canteras burgalesas (hoy son un conjunto monumental que nos lleva por un viaje al interior de la Tierra).
No es solo un monumento: es un laberinto de piedra donde el tiempo se detiene en cada detalle bañado por la luz que se filtra por sus vidrieras, mientras las tumbas de El Cid y Jimena susurran leyendas de territorio y amor eterno.
Te sorprenderá cada rincón de la catedral, desde la Escalera Dorada (una espectacular obra maestra del Renacimiento español) hasta su famoso autómata: el Papamoscas que abre y cierra la boca al ritmo de las campanadas junto a su ayudante, el Martinillo que señala los cuartos; situados en el primer tramo de la nave mayor te dejarán con la boca abierta o tal vez repitiendo el típico estribillo popular infantil: ¡Papamoscas, que se te escapa una!
Pero Burgos no te deja parar solo en una época histórica y desde la Edad Media va a lanzarte un millón de años atrás, en apenas minutos de distancia; es el tiempo que te lleva llegar hasta el museo de la Evolución Humana (MEH) . Un diálogo entre lo que fuimos y lo que somos sobre el que puedes reflexionar recorriendo el paseo del Espolón. Bajos sus plátanos y señoriales balcones barrocos, caminamos por el salón al aire libre burgalés por excelencia.
Es el momento oportuno de hacer un alto, para tomar un vino de la Ribera o un chocolate con churros típico en el café Ibáñez que cuenta con un Solete de la Guía Repsol, antes de llegar al arco de Santa María, la puerta de entrada legendaria a un conjunto de callejuelas de ambiente comercial de toda la vida, que resaltan sus encantos tradicionales entre comercios más modernos y globalizados.
El paseo puede culminar con una visión sublime bajo los arcos de la Plaza Mayor. Antes de partir, pasea por la orilla del río Arlanzón, donde late el alma tranquila de Burgos y admira cómo las cigüeñas anidan en las torres. También puedes acercarte a la Cartuja de Miraflores (a 3 kilómetros del centro urbano), una joya de arte gótico final donde el mármol de los sepulcros reales ha grabado todo lo ocurrido entre sus muros como palacio de recreo de Enrique III y también como panteón real de los padres de Isabel la Católica.
Peñalba de Castro
A 20 kilómetros, en Peñalba de Castro nos espera el yacimiento de Clunia [link interno] donde los arévacos primero y los romanos después tallaron su historia hasta erigirse en una extraordinaria ciudad de Roma. Aún conserva trazas de su esplendor: el teatro, uno de los mayores de Hispania, con capacidad para 10.000 almas, parece susurrar obras clásicas. Las termas, con su hipocausto al descubierto, revelan el placer del agua del bienestar romano. Y en el foro, donde Galba fue proclamado emperador en el 68 d.C., el sonido de los pasos parece evocar conversaciones de leyes, mercados y política que acogió.
Peñaranda de Duero
Peñaranda de Duero es un balcón medieval sobre el Duero. En lo alto de un cerro, con sus casas de adobe y madera, ha desafiado el tiempo y, a la vez, esconde bajo nuestros pies un laberinto de bodegas subterráneas donde huele a historia tanto como a vino añejo. Piérdete en sus laberintos donde madura el fruto de la Ribera o siéntate en un soportal de su Plaza Mayor. Es un escenario de cuento: la Colegiata de Santa Ana con su porte gótico, el palacio de Avellaneda con su estilo renacentista y secretos de condes. Y en medio del espacio urbano, el rollo jurisdiccional, testigo mudo de quienes gobernaron estas tierras.
Gumiel de Izán
No se te puede escapar una parada, a tan solo 15 kilómetros de la villa romana de Santa Cruz, en Gumiel de Izán. Te robará el corazón con sus calles empedradas de casas de piedra y madera, estamos en la Castilla más auténtica. La Plaza Mayor porticada merece una parada pero, sin duda, la estrella urbana es la iglesia de Santa María, una auténtica «Petra española» por su fachada gótica, tan espectacular que parece tallada por gigantes.
Caleruega
A 9 kilómetros de Clunia, Caleruega es pueblo de cuento a caballo de la sierra de la Demanda y los viñedos de la Ribera, y pura esencia castellana. Su nombre delata su pasado: caleras humeantes y montes blancos de piedra caliza. Nació en la Reconquista, pero su alma late fuerte gracias a Santo Domingo de Guzmán, el hijo ilustre que fundó los dominicos (esos monjes de hábito blanco y capa negra que revolucionaron la fe con razón y debate).
Hasta Copérnico lo admiró. Recorrer el trazado urbano es tropezar con conventos, bodegas y ese aire medieval que lo hace uno de los pueblos más bonitos de España. Antes de partir entra en el Real Monasterio de Santo Domingo y toma un vino de la Ribera en alguna bodega local, estarás pisando las mismas piedras por donde anduvo el santo.
Santo Domingo de Silos
El silencio te envolverá cuando llegues a Santo Domingo de Silos, porque su monasterio es el alma de la localidad (a 28 kilómetros de Santa Cruz). Con su claustro románico, hoy es posada real, acondicionada en el convento de San Francisco, y un lugar donde la historia de los frailes se junta con el espíritu viajero de quien duerme en sus dependencias: el refugio perfecto de paz frente el claustro, entre rezos y cantos gregorianos que surgen de la abadía.
Covarrubias
Unos 45 kilómetros aproximadamente nos separan de Covarrubias, una localidad que es un auténtico códice medieval, basta con mirar a su recio torreón de Fernán González o de Doña Urraca. Vigila toda la historia que ha acontecido en el pueblo, donde incluso te encontrarás con la historia de una princesa Noruega.
Aviso para viajeros: encontrarás sus nobles restos en la Colegiata de San Cosme y San Damián, bajo la inscripción “Aquí yace Kristina, que vino de lejos para ser flor de Castilla”, y como puedes suponer su historia es triste. Para compensarlo, a las afueras, encontrarás la capilla de San Olav, rey y santo vikingo del que era devota la princesa del norte.
Su arquitectura moderna, al más puro estilo nórdico, te sorprenderá en este encantador rincón natural burgalés dedicado al santo patrón de Noruega. Y por supuesto, descubre los vinos de la D.O. Arlanza, auténticos tesoros enológicos que han estado esperando entre estas piedras milenarias para sorprenderte.
Aranda de Duero
La villa de Aranda de Duero desde su ubicación, en el extremo sur de la provincia de Burgos, es un destino urbano situado apenas a 20 minutos de Santa Cruz y visitarla supone conocer una Ciudad Europea del Vino. Le sobran motivos puntuales para repetir visita como las jornadas del Lechazo, el festival de música indie Sonorama Ribera, el concurso de Tapas, Pinchos y Banderillas o su manera de poner en valor su cultura ligada a la tradición de ser una ciudad productora de vino del Día Europeo del Enoturismo, que se desarrolla cada 8 de noviembre.
Eso sin olvidarse de entrar en alguna de las bodegas subterráneas que, a lo largo de 7 kilómetros, horadan sus cimientos. De admirar el primer mapa urbano que se hizo de ella. Es el primero de España y se elaboró por orden de Carlos V (siglo XVI), reflejando su recinto fortificado.
La bellísima fachada de la iglesia de Santa María la Real, es un magnífico retablo en piedra del gótico isabelino obra de Simón de Colonia, arquitecto y escultor burgalés de cuyo arte surgieron las catedrales de Burgos y Sevilla. El abigarramiento de esculturas que decoran la fachada del templo, presidida por los escudos de los reinos de Castilla y Aragón, está vigilado por una vieja torre románica perteneciente al templo originario.
La orilla del Duero, inseparable del casco urbano, es un paseo apetecible en cualquier momento. Conduce hasta el popular barrio de Santa Catalina, un área de huertas transformada con la industrialización de la localidad en los años 50 del siglo pasado. Al callejear por su ambiente popular llama la atención una colorista ruta de los murales ensalzando la historia local y algunos de los personajes que han hecho barrio.
Roa de Duero
Roa de Duero, a 41 kilómetros de Baños de Valdearados, es pueblo sobre un cerro que atrapa con sus vistas del Duero y su aire de plaza fuerte medieval. Pisar Roa es viajar en el tiempo: por aquí pasaban las legiones romanas rumbo a Astorga por la calzada que unía Clunia con el noroeste. La ex colegiata de Nuestra Señora de la Asunción, luce imponente como un castillo, y los restos de murallas cuentan batallas de reyes y señores feudales.
Pero el verdadero tesoro está bajo tierra: un laberinto de bodegas subterráneas donde el aire huele a madera y tradición vitivínicola. Mientras estemos en ella resulta imprescindible asomarse al balcón del Duero, sobre todo al atardecer, recorrer el Parque Arqueológico Rauda Vaccea, un viaje exprés desde Atapuerca hasta los visigodos y con parada romana incluida. Y por supuesto brindar con un Ribera del Duero, como ya harían los romanos hace 2000 años, aunque ellos solían tomar el vino rebajado con agua.
Cómo llegar a Santa Cruz
Para llegar a Baños de Valdearados, existen diversas opciones de transporte tanto en vehículo privado como en transporte público desde ciudades cercanas.
En vehículo propio desde Madrid (220 km, 2,30 horas): se debe tomar la A-1 en dirección a Burgos hasta la salida 144 (Aranda de Duero-Soria). Desde allí, se continúa por la N-122 hacia Soria y se toma el desvío en Huerta de Rey por la carretera BU-V-9221, que cuenta con señalización hacia Baños de Valdearados.
Si se parte desde Burgos (90 km, 1,15 horas): la ruta más directa es por la A-1 hasta Lerma, donde se toma la BU-904 en dirección a Santo Domingo de Silos. Luego, se sigue por la BU-911, que conduce a Baños de Valdearados.
Desde Soria (80 km, 1 hora): se sigue la N-122 en dirección a Aranda de Duero hasta San Esteban de Gormaz, donde se toma la BU-911 hacia Baños de Valdearados.
Si nos encontramos en Aranda de Duero (40 km, 30 minutos): se toma la N-122 en dirección a Soria hasta Huerta del Rey, donde se sigue por la BU-V-9221 hasta Baños de Valdearados.
En transporte público desde Madrid se puede tomar el tren (2,15 horas) o el autobús (3h) hasta Aranda de Duero. Desde allí, la mejor opción es tomar un taxi para recorrer los 40 km restantes hasta Baños de Valdearados.
Si se parte desde Burgos, hay servicio de autobús (1,45 horas) hasta Aranda de Duero. Desde Soria se puede viajar en autobús (1,30 horas) hasta la misma localidad burgalesa.
Dónde y qué comer
Entre viñedos, piedras cargadas de historia y campos de cereal, un banquete nos espera basado en la tradición castellana. Robusta y llena de matices, cada plato invita a viajar en el tiempo a través de recetas que han perdurado siglos y que siguen siendo el alma gastronómica burgalesa.
Por toda la provincia nos vamos a encontrar un poema épico escrito en fogones de leña, donde el lechazo asado, monarca absoluto de estas mesas, es una oda a la sencillez magistral. Su piel dorada cruje como el pergamino de un códice medieval, mientras su carne tierna se deshace en un éxtasis de sabores tostados. El secreto: corderos alimentados con leche materna y ese ritual sagrado de asarlos lentamente en hornos de leña que guardan siglos de sabiduría.
A su lado, dos clásicos que son como los manuscritos iluminados de esta cocina: la sopa castellana, alquimia perfecta humeante con pan del auténtico, pimentón, huevo y la magia del jamón curado, y la morcilla de Burgos con Indicación Geográfica Protegida (IGP), donde el arroz se funde con los aromas de las especias y el ahumado artesanal en una danza inconfundible; ambos son platos tentadores en cualquier momento del día y alto del camino entre restos romanos.
Para el postre nos quedan delicias como el queso de Burgos que se funde con la dulzura del membrillo y la textura de las nueces, creando una armonía de sabores que cautiva a cualquier paladar. Y para cerrar con un toque de historia, la tarta de almendra de Lerma, con su mezcla de miel y canela, evoca los aromas medievales que aún perviven en los conventos y cocinas tradicionales.
Pero ningún festín burgalés estaría completo sin el alma líquida de la tierra: los vinos de la Ribera del Duero, con su carácter profundo y elegante, que prolongan la experiencia gastronómica en las bodegas subterráneas de la región, donde el tiempo y la historia se entrelazan en cada copa. O los caldos del valle de Arlanza, criados entre monasterios, donde los tintos de tempranillo guardan la fuerza de la tierra y los blancos de albillo la frescura del río.
Cada bocado aquí es una estrofa que canta a la tradición castellana, perfecta para reponer fuerzas tras recorrer monasterios milenarios o pisar las piedras que antaño acogieron el paso de legionarios romanos.
Adéntrate en las cuevas bodega de Aranda, galerías subterráneas donde el vino respira al ritmo de los siglos. Brinda al atardecer en Santo Domingo de Silos, con una copa que refleje los arcos del claustro. Y si el viaje coincide con el mes de septiembre, ríndete a las fiestas de la Vendimia.
Un viaje a la villa romana de Santa Cruz no solo es un recorrido por su legado romano, sino también una inmersión en los sabores que han dado identidad a esta tierra. Si estás preparado para dejarte llevar por el encanto de la cocina burgalesa, apúntate a un viaje sensorial [link interno] por las civilizaciones que han dado forma a su esencia.
Dónde dormir
Tras explorar los mosaicos en la villa romana de Santa Cruz, contagiados con el espíritu milenario que guía el viaje por tierras burgalesas, es hora de dormir entre viñedos, campos de cereal y huellas romanas inmersos en la quietud de los paisajes de la Ribera del Duero.
Ya sea desde la variada oferta y animado ambiente urbano de la ciudad de Burgos, o de lugares cargados de historia como el parador de turismo de Lerma, un palacio ducal del siglo XVII, o la posada real del convento de San Francisco, en Santo Domingo de Silos, el descanso se convierte en un viaje en el tiempo a través de estancias que nos acercan a la esencia castellana, su rica historia, cielos infinitos y el arte de cultivar la tierra.
Casonas de labranza convertidas en casas rurales ofrecen hospitalarias su alma de piedra para refugio del viajero. Muros de adobe y vigas de roble entre los que se refugia el silencio o crepita la chimenea junto a patios empedrados que parecen guardar los secretos de un antiguo peristilo romano.
Los arbustos de hierbas aromáticas, con su fragancia envolvente, parecen abrir un portal sensorial hacia la elegancia de una villa romana, donde el perfume de la tierra y el tiempo se entremezclan con la brisa. Los antiguos lagares y bodegas, hoy transformados en posadas con alma, aún guardan el rastro de las cepas viejas, cuyo fruto ha marcado generaciones y ahora se convierte en un deleite para todos los sentidos.
Desde las terrazas de los alojamientos, los mismos paisajes que un día contemplaron los hispanorromanos se extienden como un tapiz bajo el cielo castellano. Aquí, los atardeceres sin fin, teñidos de tonos cobrizos, invitan a la pausa, a la contemplación, a dejarse envolver por el paso lento del tiempo sobre los campos cerealistas.
Cuando la noche cae, el espectáculo se transforma. Un cielo cuajado de estrellas, el mismo que marcaba los ciclos de los agricultores romanos, se despliega en todo su esplendor. Cada constelación, cada punto luminoso, sigue siendo guía de quienes habitan y viajan por estas tierras, ofreciendo una visión exclusiva y eterna del firmamento que un día observó la Roma de Hispania.
Hospedarse en las inmediaciones de la villa romana de Santa Cruz es mucho más que una estancia: es un viaje sensorial al pasado. Al caer la tarde, cuando la soledad envuelve los mosaicos desenterrados es momento de descansar pero también de revivir una época de esplendor y bullicio de cosecha en las villas romanas [link interno], sintiendo el susurro de los vendimiadores y la vida que latía en estas mismas tierras hace siglos.
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Imagina despertar en una villa rodeada de viñedos, donde el murmullo del agua marca el inicio del día y la luz del amanecer enciende el colorido de los mosaicos. La villa romana de Santa Cruz no solo fue hogar de terratenientes y comerciantes, sino también un escenario donde la vida cotidiana se desplegaba con toda su grandeza: desde los aromas de las cocinas hasta el bullicio de las rutas comerciales que conectaban Hispania con el resto del Imperio. Si quiere vivir el lujo discreto de la Roma rural [link interno] deja que te hagamos sentir inmerso en este microcosmos de prosperidad imperial.
Nuestros sitios
Astorga romana
Asturica Augusta fue una de las grandes ciudades romanas del noroeste. Hoy conserva su foro, termas y murallas, testigos del esplendor que vivió bajo el Imperio.
El Vergel
Desde los albores del siglo I d.C., la romanización fue transformando el territorio de Ávila (Abula), dotándolo de una nueva identidad agrícola y social, desde donde la tenacidad romana desplegó su ingenio para optimizar el paisaje rural.
Las Médulas
Patrimonio de la Humanidad, este paisaje único fue moldeado por la minería romana en su búsueda de oro. Con sus formaciones de tierra roja, es un impresionante legado de la ingeniría romana.
León romano
Nacida como campamento de la Legio VII, León conserva murallas, termas y huellas romanas que narran su origen militar en la Hispania del Imperio.
Numancia
Durante veinte años, los numantinos enfrentaron con tácticas de guerrilla el avance de las legiones romanas, rechazando cada ataque con una firmeza que daría lugar a la expresión «resistencia numantina».
Petavonium
En el valle del Vidriales, el campamento romano de Petavonium fue clave para controlar el noroeste peninsular. Hoy, sus restos muestran la vida de una legión en la frontera del Imperio.
Pino del Oro
Enclavado junto al río Duero, este entorno conserva restos de una antigua explotación aurífera romana. Naturaleza y arqueología se unen en un paisaje marcado por la búsqueda del oro.
Santa Cruz
Oculta durante siglos bajo campos de cultivo, la villa romana de Santa Cruz salió a la luz en 1972 de manera fortuita, cuando una excavadora desveló parte de sus muros y mosaicos: primeros vestigios de su grandioso pasado.
Villa de Orpheus
Esta villa romana, ubicada en Palencia, destaca por su mosaico de ORfeo, una joya del arte romano. Un testimonio de lujo y simbolismo en la vida rural de la Hispania romana.